sábado, 13 de marzo de 2010

Tres minutos.

Será difícil olvidar aquella madrugada en que la Tierra se movió, pero más inolvidable para mi serán los días siguientes...
Paseándote por calles que unas horas atrás eran una atracción precisamente por su antigüedad, ves que años, tal vez siglos de historia se ven reducidos en menos de tres minutos. Tres minutos. En tres minutos cientos de personas dejaron sus sueños sólo en el recuerdo de sus conocidos. En tres minutos años de esfuerzo quedaron en el suelo. En tres minutos.
Se dice que el país está impactado. Se dice que el mundo está impactado. Pero, ¿Por qué puedo contar con los dedos las personas que han visto lo que yo he visto?. No, no basta con leer el diario y ver un programa de televisión de 24 horas donde recauda una centésima parte de lo que se necesita para sentir de verdad los efectos de esos tres minutos.
Después de ver imágenes en el diario y televisión, son imágenes "fuertes"; un montón de pedazos de madera y cemento. Pero no es eso lo que realmente duele de esos tres minutos, eso lo que hay bajo esos pedazos de madera y cemento, una cama donde esa noche dormía una pareja de ancianos que habían vivido toda su vida en ese pequeño pueblo junto al mar, la muñeca de una niña que no podía dormir sin que su madre le leyera un cuento, los cuadernos del primogénito de la familia que sería el primero en estudiar, un tipo encontró una bandera chilena que debe haber estado entre los restos del último 18 de Septiembre, y se hizo famoso.
¿Qué hace una casa en medio de la playa? Pregúntele al mar. Yo sólo trato de ayudar a devolverla a su lugar. Pero, ¿Qué pasa cuando buscas escombros y encuentras otra cosa? Si, buscando escombros en aquella playa, vi una pequeña figura, ¿un perro? no, era un niño, mi primera impresión fue la de un niño inconsciente, su expresión daba la de alguien dormido, al acercarme me sentí aun más seguro de mi sospecha, la cual me alegraba profundamente, entre todo por fin me sentía haciendo algo bueno de verdad, ayudar a alguien, a un niño y su familia, pero al tocar su cara todo se vino abajo. Frío como el mar que estaba a mi lado. En este momento mi mente se llena de preguntas cada vez que lo recuerdo. Pero no en ese momento. Sólo sentí algo que pocas veces he sentido, no hice nada más que abrazarlo, y empecé a llorar.
Es extraño, no soy de llorar mucho, pero esta vez lo hice por alguien que ni siquiera conocía. Pero tenerlo entre mis brazos, saber que era un niño y que estaba muerto, me dolió tanto como cuando murió mi madre.
Obviamente me tuve que hacer cargo del hallazgo, y ahora convivo con la familia del niño, un pescador veterano, su señora, sus dos hijas y un yerno. Tres minutos se llevaron la alegría de la casa, Jorgito.
Esta es sólo una de las historias de la verdadera cara del terremoto, la cara que sólo los afectados conocen. Una cara que cuesta mostrar sólo con palabras, hay que vivirlo.